Esta obra cumbre del escritor y premio Nóbel García Márquez, es una novela que no te dejará indiferente. O te encantará o te dejará exhausto, o ambas cosas a la vez. En ella se mezclan historia y realidad, personajes reales, o al menos inspirados en familiares del escritor, con otros en los que aparecen la magia y la fantasía.
Las descripciones y la riqueza del lenguaje son un aluvión constante de realidades y fantasías adornadas por una prosa viva, trepidante y exuberante, que no permiten ni un minuto de reposo.
Descripciones exuberantes, entornos imaginarios, grandezas y miserias. Todo ello perfectamente combinado nos traslada a un escenario, Macondo, y aun lugar concreto, la casa de los Buendía, donde sus complicaciones, no dejan de sorprendernos en cada párrafo, gracias a la inigualable imaginación del autor.
¿Quien puede juzgar a un premio Nóbel? Simplemente expreso si la lectura de su obra me ha llegado o por el contrario no lo ha hecho.
Al principio de la obra, la mezcolanza de hechos mágicos y situaciones “reales” no conseguía engancharme al cien por cien. Además la repetición en los nombres de los personajes, de distintas generaciones y las similitudes biográficas de los mismos con sus descendientes, añade cierta complejidad que no ayuda a no perderse en el hilo trepidante de los acontecimientos.
En mi caso la realización de un cuadro de parentescos, añadiéndolos a medida que iban apareciendo los personajes, me ayudó a situar las descripciones y los hechos.
Una vez situados los personajes, la obra tiene tal caudal de descripciones y de riqueza lingüística, que engancha de una manera frenética, para no perder el hilo de la historia y descubrir las vicisitudes de la singular familia Buendía, en Macondo, y el genial retrato del “sabio” Melquiades.
Mi valoración personal sería la de “magnifica obra de arte, de frenética lectura, con exuberancia lingüística, donde resulta fundamental abstraerse a la realidad y sumergirse en un mundo de fantasía que nos propone el autor”.
Cuando la acabé, mi primer pensamiento fue: “Qué pedazo de libro”.